No todo el mundo tiene la suerte de ser madre y educadora a la vez pero sí es mi caso y por ello tengo algunos conocimientos más que la mayoría de los padres. Siempre he sabido que, como padres, nos preocupan las notas de nuestros hijos pero, como educadores, nos debería preocupar mucho más qué aprenden y cómo lo aprenden porque eso es lo que nos dará verdaderos resultados. En edicionesaljibe.com tienen un libro muy actual a buen precio sobre este tema. Se llama “Aprobar o aprender” y puede resolver muchas dudas al respecto, lo recomiendo a todos.
Cualquier niño, un poco listo, puede aprenderse de memoria ciertos párrafos para aprobar el examen. Todo dependerá de la capacidad retentiva que tenga o de lo trabajador que sea (a los perezosos les cuesta más obviamente, pero no por falta de inteligente precisamente). Ahora bien, ¿qué ocurre con toda esa información que han aprendido como un loro, una vez que hayan aprobado el examen? Pues simplemente la olvidan porque no les interesa.
Aprender con experiencias
Cuando un niño aprende realmente es cuando el educador, los padres o cualquiera que le esté enseñando algo, consigue captar su atención y mostrarle lo interesante que es algo. Esa es la única forma que hay para conseguir que el niño quiera aprender, quiera entender lo que le están mostrando y esa curiosidad le lleve a obtener información que retendrá y acomodará en su cerebro de modo que, cuando descubra algo nuevo sepa “atar cabos” y unir ambos conocimientos para comprender el devenir de las cosas. Esto no es más que el conocido constructivismo de Piaget que, en resumidas cuentas, no es más que conseguir que el niño adquiera conocimientos que almacena en su cerebro y relaciona con otros que ya poseía construyendo así un conocimiento mayor sobre un tema concreto.
Los padres deben meterse esto en la cabeza: aprender no es aprobar exámenes. Aprender es algo que va mucho más allá del aprobado o el suspenso del examen de matemáticas.
Con esto no quiero decir que debamos pasar de las notas de nuestros hijos porque, al fin y al cabo, pueden ser un reflejo de muchas cosas: desde del esfuerzo que hacen hasta posibles problemas que pueden pasarnos desapercibidos.
El problema de todo esto no lo tiene tanto nuestra sociedad como sí lo tiene el sistema educativo. Los exámenes no son más que formas que tiene el educador para medir el conocimiento que el niño adquiere, pero hay otros métodos que pasamos por alto y que son mucho más eficaces y la mayoría de los educadores de nuestro país lo saben, al menos los que han salido de las facultades hace menos de 10 años, pero nuestro sistema actual no contempla esos métodos y, por tanto, los profesores no pueden aplicarlos en el aula.
“No hay que dejar nunca que los niños fracasen; hacerlos triunfar ayudándoles si es necesario, mediante una generosa participación de maestro. Hay que hacerlos sentirse orgullosos de su obra. Así será posible conducirlos hasta el fin del mundo”… hermosas palabras de Celestin Freinet, un educador de principios del S.XX que ya conocía el poder que tiene el apoyo y la atención de los niños frente al castigo por un suspenso.
Como madres deberíamos estar todos indignados con nuestro sistema de educación pero también debemos saber que aunque los profesores quieran hacer las cosas de otro modo, no pueden, porque ni tienen medios ni les está permitido.