Nunca pensé que una visita a una psicóloga en Zaragoza podría cambiar tanto mi vida y la de mi hijo. Os contaré mi caso. Desde muy pequeño, Mario, era un niño muy callado, reservado, demasiado tímido. Algo que le produjo tener una infancia, tanto en la guardería como en el colegio, muy cruel. Ya sabemos que los niños a esas edades no piensan, y su crueldad se eleva al cubo.
Así, y pese a que hice montones de visitas a las profesoras, nadie era capaz de decirme qué le pasaba a Mario. Hasta que una amiga mía me recomendó que acudiera a unas psicólogas de Zaragoza que habían trabajado también una conducta muy parecida en su hija. Pues bien, como no tenía nada que perder, allí que me presenté.
Cuando un problema se pone en manos de profesionales, parece que se convierte en algo menos. Así, por primera vez me sentí arropada y comprendida por la doctora. Rápidamente me comentó que lo que le pasaba a Mario era que necesitaba abrirse a los demás, pero sin miedos, sentirse seguro, y que la mejor forma de hacerlo sería con la presencia de una mascota en casa. ¿Un perro? Pregunté yo extrañada. Pues sí, me dijo ella. Con el paso del tiempo, me di cuenta que esa psicóloga de Zaragoza sabía muy bien lo que decía.
En poco tiempo el cambio que experimentó mi hijo fue brutal. ¿ Y por qué? Pues porque ese perro fue capaz de educar socialmente a un niño, debido a sus capacidades de relación, ya que el grado de desarrollo de los circuitos cerebrales de los animales de los que hablamos, les permite aprender y estructurar conductas. Mario comenzó a ver en Rusky, así se llama mi perro, a su amigo.
Según me comentaron las expertas, los animales de compañía son capaces de descifrar las señales emitidas por los humanos, interpretando nuestros estados mentales y deducir nuestras intenciones. Y eso es lo que le ocurrió a mi hijo.
Mario comenzó a creer en sí mismo. Le mejoró la autoestima y el bienestar psicológico, pues se sentía muy queridos por su mascota y, al cumplir con la obligación de alimentarlos, limpiarlos y cuidar de ellos, creo en su interior una sensación de utilidad y motivación muy positivas para su posterior vida social. Nunca le había visto tan feliz.
Más cosas a favor, pues cuando pasea el perro se beneficia de las relaciones sociales en la calle al atraer la atención de otros viandantes e inicia conversaciones, estableciendo incluso nuevas relaciones. Y que no se me olvide que además le vino muy bien para su físico. Y es que exige un incremento en la actividad física, hecho de relevada importancia, dado el sedentarismo que hoy en día padecen nuestros hijos, entre ellos Mario, que como no se relacionaba, ni jugaba al fútbol ni al baloncesto.
En definitiva, se crea una relación de confianza mutua que promueve el conocimiento de sí mismo. Algo que era lo que necesitaba como el comer mi pobre hijo. Ahora, su vida ha cambiado. Él es feliz, pero afortunadamente no solo con su mascota, sino con sus muchos amigos con los que juega, va al parque, al cine o incluso ya comienza a tontear con alguna chica. Pero eso ya es otro tema, que quizá también merezca un artículo. Espero que os ayude tanto como lo hizo conmigo.