Es curioso cómo te puede cambiar la vida con un simple gesto. Hace poco mi marido y yo tuvimos que llevar a nuestro hijo al dentista, ya que su dentición no se estaba desarrollando de forma correcta y teníamos que pensar en ponerle una ortodoncia. Pese a que fuimos a Clínica Dental Garriga, aquí en Barcelona, donde sabemos de su buen hacer, no pudimos evitar que el pequeño acudiera con miedo y que tuviéramos, por así decirlo, que chantajearlo con el regalo que llevaba años pidiéndonos que le hiciésemos, un cachorro de san Bernardo.
En un principio nos costó acceder, ya que nosotros vivimos en un piso y se el hecho de tener un perro ya se nos hacía complicado, pero más todavía siendo de un tamaño tan grande. Pero mi hijo estaba empecinado, la verdad es que nunca le habíamos visto mostrar ningún tipo de interés por cualquier otra raza. Por lo que esta era la mejor ocasión para de alguna forman también convencerle de que debía someterse al tratamiento de ortodoncia y que su esfuerzo sería recompensado con el regalo que deseaba.
Buscamos un criadero de esta raza a través de internet y encontramos uno muy cerca de casa, en Soria. Allá nos fuimos una mañana y adquirimos el perro, con su pedigrí incluido. Parecía un peluche. Era precioso y se notaba que, pese a su tamaño ya similar al de un cocker con solo dos meses, tenía algo de miedo al meterse en un coche con tres personas con las que no estaba acostumbrado a tratar.
Los primeros días en casa también fueron muy duros, ya que el perrito venía acostumbrado a estar en el campo, viviendo libre y tranquilo, y aquí nosotros debíamos enseñarle las normas más básicas, como no defecar ni hacer pis en casa o no subirse al sofá, entre otras.
Fue difícil, y también sufrió un poco al principio con el calor que hacía en la ciudad y con el hecho de que le cambiásemos la comida, ya que teníamos un pienso diferente al de la marca no tan buena que le daban en el criadero.
Pero poco a poco la cosa fue cambiando. Fueron pasando los meses y, pese a las travesuras normales de esa edad en el perro, nos llamó la atención lo rápido que fue aprendiendo todo y lo observador que era, ya que nos maravillábamos con cómo intentaba hacerlo todo por imitación.
Mi hijo no solamente fue feliz al dentista, sino que también encontró un amigo y a la vez un protector. Si lloraba el perro era el primero en acudir, si bajaba a la calle y algún niño le hablaba en un tono un poco más alto de lo normal, enseguida el perro se incorporaba sin hacer daño alguno pero mostrando su presencia, colocándose entre ambos pequeños. Incluso le vimos sumamente protector también con nosotros y si algún día tengo que bajar a por el pan y dejar al niño solo en casa, no tengo miedo porque sé que el perro está en alerta, así como el niño se siente también seguro de quedarse con su amigo en casa. Juntos ven la televisión, juegan e incluso es gracioso cómo muchas veces nuestro hijo se queda dormido sobre la panza caliente del perro y este no se mueve para no despertarlo.
Además, otra de las razones por las que estamos más contentos es con que el niño ha aprendido también a tener responsabilidades en casa. Ahora sabe que debe estar atento a cuando el saco del pienso del perro se vacía y a que debe cambiarle el agua y rellenarle el cuenco de la comida todos los días. A la hora de pasear no les dejamos solos, ya que el perro pesa mucho más que él y en caso de encontrar un peligro va directamente a defender y podría tirarlo. Es curioso cómo nos ha cambiado la concepción que teníamos de esta raza, ya que no es tan tranquila como creíamos, sino mucho más protectora.
Beneficioso también para los bebés
Los perros son además muy buenos compañeros para los bebés en la casa. El hecho de tener una mascota y no cerrar al niño en una especie de burbuja de cristal donde no pueda entrar en contacto con nada que venga de la calle hace que sea mucho más frágil. No obstante, con los perros en casa desarrollan unas mejores defensas que los hacen ser más fuertes y resistentes a las enfermedades y contagios desde que son unos críos.