Isabel es la mayor de mis tres hijos, una chica responsable y muy graciosa, llena de vitalidad y siempre con ganas de apuntarse a todo.
Isabel, era la alegría de la casa, siempre tenía una sonrisa para todos y nos contagiaba a todos los demás con su buen humor.
Dicen que la adolescencia es una edad complicada para muchos chicos y chicas, pero lo cierto es que ese no era el caso de Isabel, era una chica muy cariñosa y empática.
Siempre pensaba en la forma en que todos en casa estuviéramos contentos. Tenía una enorme confianza en sí misma, y siempre se responsabilizaba de las situaciones que le resultaban complicadas, buscando soluciones y mostrando un enorme ejercicio de madurez para su corta edad.
Todo cambió por culpa de un accidente de tráfico, un despiste tonto yendo en moto, que le provocó una grave lesión en la pierna. Aunque no se había roto ningún hueso, la lesión en la pierna se le fue complicando hasta necesitar incluso una operación y muchos cuidados.
Isabel trataba de llevar su nueva situación con mucha fuerza y entereza, pero también tenía sus días malos. Tenía que ir en muletas todo el tiempo, y tuvo que dejar de hacer muchas cosas que le gustaban.
Empecé a notar cómo cambiaba su carácter, poco a poco iba perdiendo su confianza en sí misma y aumentaban sus miedos Se sentía frustrada, tanto que dejó de salir con sus amigos y de hacer las cosas que más le gustaba. Prefería quedarse en casa haciendo cosas en el ordenador, algo que nunca le había visto hacer antes.
Parecía una persona totalmente diferente, cosa que no me parecería mal si no fuera porque esa persona en la que se había convertido era mucho menos feliz.
No sabía qué hacer para ayudarla, empezaba a pensar eso de que, muchas veces, si la persona no se ayuda a sí misma poco es lo que puede hacerse desde fuera para ayudarla.
Entonces, recordé una película que había visto hace tiempo, es curioso cómo a veces algunas historias pueden inspirarte para buscar soluciones allí dónde nunca lo hubieras imaginado.
Me acordé de “El hombre que susurraba a los caballos”, en esta película una chica, interpretada por Scarlett Johansson había perdido una pierna víctima de un accidente de caballos, y padecía muchos de los síntomas y comportamientos que podía ver reflejados en mi hija.
En la película, su madre, interpretada por Katherine Scott Thomas, investigando formas de ayudar a su hija, da con un susurrador de caballos, personaje al que da vida Robert Redford, y piensa en llevarla con ese experimentado susurrador de caballos para ayudarla a mejorar.
Volví a ver la película, y se me ocurrió que una Terapia Gestalt con animales podía ser interesante para mejorar el estado de Isabel.
La terapia Gestalt hace hincapié en el hecho de responsabilizarnos de nosotros mismos, y nos ofrece las herramientas para sacar partido de todas nuestras potencialidades.
En Gestalt llevamos un trabajo en el aquí y el ahora para hacernos conscientes de nuestras emociones y aprender a gestionarlas de la forma más efectiva. Se trata de una terapia que emplea diferentes medios, adaptándose a las necesidades de cada persona, si bien para unas es preferible hacerlo a través de la palabra, para otras será mejor hacerlo a través del cuerpo, lo importante al final es conectar con uno mismo para conocerse y encontrar el camino de vuelta a nuestra calma interior.
Tiempo atrás había acudido a terapiapsi, donde conocí los servicios de María Laura Fernández, Terapeuta Gestalt, Formada en el Programa SAT del Dr. Claudio Naranjo (Psicoterapia Integrativa y Eneagrama); Constelaciones Familiares; técnicas corporales y teatrales.
María me había ayudado a superar ciertos bloqueos con varias de sus sesiones individuales de Constelaciones Familiares, cuando muchas otras terapias no habían resultado efectivas, mi trabajo terapéutico con ella me había ayudado a dejar atrás muchas limitaciones que no me dejaban avanzar.
Sabía que si alguien podía aconsejarme de cuál era la mejor terapia para Isabel esa era ella, así que no dudé en acudir a su consulta para preguntarle si conocía algún tipo de terapia Gestalt que pudiera ayudar a mi hija, le comenté mi idea de una terapia con caballos y me dijo que no podía haber acertado más en el caso de Isabel.
Terapia Gestalt con Caballos
Hay mucha documentación sobre este tipo de terapias con caballos, sus beneficios son diversos y recomendables para diferentes tipos de personas y sectores de población; adultos, niños, adolescentes, parejas y grupos.
Es curioso que, a pesar de que convivimos con estos animales desde hace miles de años, no siempre sabemos tratar con ellos, ni comprendemos sus características y necesidades.
En el caso de la terapia Gestalt el caballo se convierte en un facilitador para que aquello que ocurre bajo la superficie, se muestre y es el caballo quien nos lo indica.
Una de las principales características de los caballos que los hacen un animal perfecto en la terapia Gestalt, es que se trata de un ser muy perceptivo. Los caballos tienen una gran capacidad de percibir los estados de ánimo de las personas que los rodean.
Si tienes experiencia con caballos ya lo sabrás, los caballos reaccionan de una forma muy instintiva a la persona que tienen delante, digamos que son algo así como esponjas emocionales que absorben todos los estados emocionales que tienen ante ellos, sean de nerviosismo, miedo o intranquilidad, así como si es confianza o total tranquilidad, aquello que perciban ante ellos será lo que reflejen.
Por todo ello, el trabajo Gestalt con caballos ofrece enormes beneficios para trabajar la confianza. El trabajo se hace a través de la doma natural, buscando la cooperación, lo interesante aquí no es que el caballo nos obedezca sino trabajar mano a mano con él hacia un mismo objetivo, trabajar como un verdadero equipo.
María me explicó que, durante cada sesión, el terapeuta llevaría a cabo diferentes propuestas de ejercicios dando lugar a una toma de contacto con el caballo. De este modo, y de una forma muy fluida y natural se lleva a la persona a conectar con su arte más instintiva, en definitiva, a conectar consigo misma.
Como se trata de un trabajo terapéutico en plena naturaleza donde el caballo se siente en total libertad de movimientos, el objetivo de hacer equipo con el caballo se produce poco a poco sin forzar nada. Además, teniendo en cuenta lo encerrada que estaba Isabel últimamente, sabía que ya solo obligarla a volver a conectar con la naturaleza iba a ser muy beneficioso para ella.
La conexión entre el caballo y la persona se convierte en el principal objetivo de esta terapia, la forma de esta conexión es una manera de mostrarnos el tipo de relación que la persona establece con otras personas cercanas o consigo misma.
Resulta sorprendente como el caballo capta en nosotros emociones y tensiones de las que ni siquiera somos conscientes: ansiedad, inseguridad, miedo, rabia, tristeza, alegría.
Digamos que el caballo se convierte en un espejo de nuestro mundo emocional y nos ayuda a responsabilizarnos de él, en el aquí y el ahora para avanzar a partir de ahí.
De este modo, el caballo nos hace conscientes de cómo nos sentimos: creemos estar tranquilos, pero no lo estamos; estamos de mal humor, pero ni nos habíamos dado cuenta de ello, estamos más en la cabeza y en nuestros pensamientos que en contacto con nosotros mismos.
A medida que María me comentaba las características de este tipo de terapia empezaba a entrar en un estado de euforia incontrolable, ya que podía detectar cómo cada uno de los beneficios de esta terapia era precisamente lo que mi hija necesitaba para mejorar.
Las dos estábamos completamente de acuerdo y me asesoró sobre una buena profesional con mucha experiencia en Terapias Gestalt con caballos.
No tardé en llamarla, los resultados y avances con Isabel no se hicieron esperar, parecía más un milagro que otra cosa.
Desde entonces, medio en broma y con cariño cuando me refiero a Isabel la llamo, la Susurradora de Caballos, ella ya casi totalmente recuperada y con el buen humor que siempre la ha caracterizado me mira y sonríe inmensamente agradecida.