Cuando llevamos a cabo un proyecto de familia, todos soñamos con una familia unida en la que impera la confianza, la armonía y el respeto mutuo. Sin embargo, y como bien sabemos los que tenemos hermanos o como en mi caso, hermanas, no siempre se hace fácil la convivencia pues por un motivo u otro, las discusiones y peleas son habituales.
Si bien es cierto que estas discusiones suelen ser por temas superficiales o simplemente por tratar de llevar la razón, muchas veces se trata de una competición por la atención de los padres o del resto de los hermanos. Los padres, a quienes muchas veces se les escapa de control estas situaciones, pues muchas veces trascienden el ámbito del hogar, se ven desbordados con las discusiones y las peleas entre sus hijos, a quienes tanto quieren y siempre por igual. Tratar de resolver estos conflictos no es tarea fácil, pues en ocasiones no basta con mantener una conversación con ambas partes y hacer que se pidan perdón mutuamente ya que, en cuestión de minutos, se escuchan nuevas trifulcas al otro lado del pasillo. Los castigos por tratar mal al otro son necesarios para tratar de hacer entender a un niño que lo que ha hecho tiene consecuencias, pero con más razón si la persona a la que ha hecho daño se trata nada menos que de su hermano o hermana, la persona a la que debería cuidar y demostrar su cariño en lugar de tratar de menoscabar o hacer de rabiar. Además, en la mayoría de los casos, la lectura que hace el niño cuando se encuentra castigado es que se halla en esa situación por culpa de su hermano o hermana, por lo que el rencor hacia su familiar aumenta en lugar de aprender de su error y procurar cambiar su actitud. Como ven, aunque existen múltiples opciones para intentar llevar a buen puerto la convivencia familiar, en algunas ocasiones estas alternativas comienzan a agotarse y los padres creen quedarse sin recursos, temiendo que al final no les quede más remedio que armarse de paciencia y resignarse a esperar a que los niños crezcan, maduren y comiencen a prescindir de conflictos innecesarios.
A pesar de todo esto, se trata al fin y al cabo de hermanos que profesan un gran amor mutuo aunque no sepan o no quieran expresarlo de manera adecuada. Muchos padres, conscientes de esto, intentan restarle importancia y permiten las discusiones y trifulcas entre ellos para que aprendan por ellos mismos a resolver conflictos. Es una opción legítima y válida como cualquier otra que decidan los padres con respecto a la educación de sus hijos. Sin embargo y volviendo al principio de este artículo, ¿quién no sueña con la familia ideal y donde prevalece la armonía y la fraternidad frente a todo lo demás?
El deporte: la terapia alternativa a la resignación y los castigos.
Profesionales terapeutas y estudiantes de la Universidad Internacional de Valencia advierten de que acudir a terapia familiar a tiempo puede solucionar todo tipo de problemas familiares, desde los provocados por un solo miembro, los de una falta de implementación de unas reglas básicas para la convivencia o incluso los que conllevan violencia entre miembros de la familia. Es importante en primer lugar, como con cualquier otro problema en nuestra vida, asumir y reconocer que existe un problema y que necesitamos ayuda para resolverlo. Lo más importante no es que no podamos afrontarlo por nosotros mismos como padres, sino que tiene solución y que ante todo, debe prevalecer el amor que profesamos por los hijos y que sabemos que se profesan entre ellos. Estos profesionales en conflictos familiares recomiendan también el empleo de terapias alternativas que los propios padres pueden aplicar en sus hogares participando en ellas, estando presente en la evolución y la resolución del conflicto, lo que acercaría finalmente tanto a los hermanos entre sí como a éstos con sus padres. Un ejemplo de esta terapia sería apuntar a los hijos a deportes de equipo, por ejemplo el fútbol, el baloncesto, la natación sincronizada o el rugby de tal manera que, por primera vez, no solo estén obligados a cooperar entre ellos para ganar el partido sino que dejarían de competir entre ellos para empezar a compartir tanto las derrotas como las victorias. Otros deportes, aunque muy beneficiosos y entretenidos para los niños como el tenis o la gimnasia rítmica, se juegan o practican de manera individual, lo que aumenta su ego al mismo tiempo que su miedo al fracaso, ya que las victorias llevarían su nombre y las derrotas debería asumirlas en solitario. Los deportes de equipo, por el contrario, requieren el compromiso y la necesidad de aliarse y sincronizarse unos con otros para marcar un tanto, por lo que los hermanos comenzarían a forjar una alianza mucho más fuerte, se animarían mutuamente, depositarían su confianza al pasarle el balón y celebrarían los tantos marcados buscándose el uno al otro para darse un abrazo o chocarse la mano. Los padres podrían participar yendo a ver los partidos, celebrando con ellos la victoria o apoyándoles en la derrota, lo importante es que a partir de ahora sus hijos son un equipo y no rivales.
Otra manera de hacer ver a los hijos que pertenecen al mismo equipo y que la familia forma un mismo bando y precisamente ahora que se acercan las navidades, podría ser regalando a los hijos un equipamiento de fútbol personalizado con sus nombres, pudiendo encargar también para ellos unas camisetas con los mismos colores para ir a ver los partidos o para cuando jueguen juntos en casa o en el parque. Existen múltiples tiendas físicas donde pueden personalizar las camisetas pero también otras online como Marianssport donde también personalizan las botas y el resto del equipamiento a un precio económico para poder hacer el mismo regalo a todos los niños. De esta manera, los hermanos no pelearán por esta equipación y además estarán deseando estrenarla y comenzar a poner en práctica la nueva terapia de deportes de equipo.