Este pasado carnaval mi familia y yo tuvimos la oportunidad de pasar unos días en Sevilla, ya no sólo conociendo la ciudad (que no la conocíamos) sino también sus tradiciones carnavalescas. Nos alojamos en el hotel Mercer Sevilla, un hotel de lujo exquisito que recomiendo totalmente, y contratamos allí media pensión, por lo que las cenas solíamos hacerlas ya allí para ir después de descansar de un largo día haciendo turismo. Mis hijos, como algunos ya sabréis, tienen 4, 7 y 9 años, y no voy a decir que soy una madre ejemplar ni mucho menos, pero sí puedo decir que mi marido y yo hemos sabido educarlos, no como he visto en ese mismo hotel en el comportamiento de los hijos de otras parejas alojadas.
Hoteles de Lujo
Normalmente no es fácil ver a niños alojados en hoteles de lujo puesto que son lugares pensados para el descanso y el disfrute de una serie de servicios extra que en casa no tendríamos. Casi siempre lo que se suele ver en estos hoteles es a parejas y a mujeres y hombres de negocios, sin embargo, yo me permito el lujo de ir con mi familia al completo porque conozco a mis hijos, son amables, educados y aunque tienen rabietas como todos los niños nunca me han montado un espectáculo en ninguna parte.
Podéis pensar que lo que ocurre es que tengo suerte y tengo tres niños tranquilos, sosegados y muy maduros, pero no, ni mucho menos. Mis hijos cuando están en el parque son los niños más bestias en los columpios, corren, gritan y se pelean, pero saben dónde pueden hacer eso y dónde no. Así de simple, saben comportarse.
Pues bien, en el hotel de Sevilla donde nos alojamos, coincidimos varias veces con otra familia con dos niños, uno de unos 4 ó 5 años como mi pequeño y una niña algo mayor, tal vez de unos 8 años, unos niños cuyo comportamiento dejaba mucho que desear.
En una ocasión tuvimos que llamar a recepción porque ambos niños habían salido a jugar al pasillo (estábamos en la misma planta) y no paraban de correr de punta a punta del pasillo, subiendo y bajando también las escaleras, gritando y jugando. Ese comportamiento es normal en los niños, pero ahí estamos los adultos para decirles que no deben hacer eso en un hotel porque pueden molestar a otros huéspedes ¿verdad? Pues estos padres, tras nuestra llamada, escuchamos cómo se disculparon pero añadieron eso de “son cosas de niños”. Pues señoras y señores, con esa frase no podemos excusar todo comportamiento infantil.
Estos niños no sabían comportarse en la mesa, ni en la recepción del hotel, ni en su habitación y la culpa no es de ellos, el problema es que muchos padres tendemos a excusar ciertos comportamientos y actuaciones con típicas frases dejándoles hacer lo que les da la gana y eso no es educar.
Cómo enseñar buenos modales a tus hijos
Yo no soy ninguna experta pero sé que el primer ejemplo de nuestros hijos somos nosotros mismos. Debido a ello, tanto mi marido como yo tenemos exquisito cuidado en lo que decimos y en lo que hacemos en presencia de nuestros hijos. Por ejemplo, como no quiero que ellos estén pendientes de ningún aparato tecnológico, ni mi marido ni yo lo estamos tampoco. No es que no puedan jugar nunca a la consola ni tocar el móvil, sino que no han de hacerlo como costumbre.
Para enseñar modales a tu hijo empieza con lo básico, no puedes pretender enseñarle todo de una con 5 años sino que desde que tiene 2 años y empieza a hablar con fluidez ha de saber cosas como que tiene que saludar cuando llega a un sitio y despedirse cuando se va. “Hola” y “adiós” son palabras que los niños aprenden con facilidad, así como el “gracias” y el “por favor”, así que enséñaselas y dile cuando han de usarlas.
A la hora de comer no permitas juegos, debes pedir a tu hijo que se siente a la mesa contigo y se esté quietecito hasta que todo el mundo se haya levantado. Lógicamente esto no es tarea fácil y con dos años probablemente no lo conseguirás. No te pongas nerviosa y nervioso, es normal que no puedan estarse quietos, pero si cada vez consigues que estén unos minutos más, tal vez con cuatro años ya aguantes en la mesa con educación hasta que todos hayan acabado de comer o, al menos, hasta que sea un momento prudente para pedir permiso y levantarse de la mesa.
Conforme vaya teniendo un comportamiento inadecuado has de explicarle por qué lo es. Si le riñes, castigas o regañas sin más no habrá comprendido nada, así que has de explicarle por qué no puede gritar en un hospital (porque hay gente que está malita y necesita descansar), has de explicarle por qué no puede golpear a otros niños o insultarles (porque esos niños se pondrán tristes) y por qué no puede acaparar todos los juguetes (porque ha de compartir con los demás niños para que el resto no se aburra).
Si no hace caso, haz una advertencia clara y si fuese necesario termina el juego de inmediato, lo importante es que sepa que no se va a salir con la suya sino que ha de hacer lo que es correcto en cada momento. Y por supuesto, si lo hace bien, díselo “fuiste muy amable al dejar que Ana jugara con tu pelota, muy bien cariño”.
No es fácil, pero nadie dijo que lo fuera.